Emily Brontë y los páramos: el alma indómita de la naturaleza

¡Hola, hermanas del Círculo!

Recientemente, he leído El gabinete de las hermanas Brontë de Deborah Lutz, un libro que narra la vida de las hermanas a través de objetos significativos que les pertenecieron. Después de sumergirme en casi toda la obra de las Brontë, llevaba tiempo queriendo explorar más sobre sus vidas y fuentes de inspiración. Y tengo que decir que esta biografía no ha hecho más que aumentar mi fascinación por ellas, y me ha dejado con ganas de seguir leyendo y aprendiendo sobre estas mujeres extraordinarias.

Cuando leí Cumbres borrascosas hace unos años, la novela de Emily Brontë me atrapó de una forma muy loca. Me obsesioné con ella y con su autora. No era para nada lo que esperaba: no era una historia romántica tradicional, ni una novela victoriana al uso, sino una obra maestra de la literatura, oscura, gótica, brutal. Es una novela que desafía cualquier categorización, descrita por George Bataille como "insondable y terrible". Y, al igual que Charlotte en la película Emily, escrita y dirigida por Frances O'Connor, me pregunté: ¿Cómo pudo esta joven hija de un párroco, criada en un pequeño y apartado pueblo de Yorkshire, crear algo tan magistral, retorcido y perverso?

La respuesta, creo, está en su profunda conexión con la naturaleza y en cómo esta moldeó su visión del mundo. Emily, mi favorita entre las hermanas Brontë, mi auténtico imperio romano, encontraba inspiración en todo lo que la rodeaba: su perro Keeper, las aventuras y juegos compartidos con sus hermanas y su hermano Branwell, pero sobre todo en los páramos que rodeaban Haworth, con sus brezales, helechos y vientos inclementes.

La naturaleza para Emily era mucho más que un telón de fondo; era un personaje en sí mismo, un espejo de sus emociones y un refugio. Los páramos evocaban en ella dos sentimientos esenciales: el anhelo y la libertad. Su hermana mayor Charlotte lo expresó maravillosamente en una carta:

"Emily amaba los páramos. Para ella, en los brezales más sombríos florecían flores más brillantes que las rosas. De un lóbrego hueco en la lívida ladera de una colina, su espíritu podía hacer un Edén. Encontraba en los desolados campos solitarios muchos y gratos placeres, y no el menor ni el menos querido era el de la libertad. La libertad era el aliento de Emily; sin ella perecía."

Emily fue, sin lugar a dudas, una mujer extraordinaria para su época. Alta, desgarbada y sin pretensiones, era conocida por su independencia y por su rechazo a las convenciones sociales. Su naturaleza introvertida y solitaria la alejaba del bullicio social: apenas salía de casa si no era para ir a misa o caminar por los páramos.  Era toda una andarina: recorría diariamente kilómetros y kilómetros por la naturaleza, en ocasiones llevando consigo una pequeña banqueta para detenerse en algún rincón especialmente inspirador y contemplar el paisaje. Era, como Charlotte describió, "un cuervo amante de la soledad, no una delicada paloma"

Los páramos no eran únicamente un escenario físico para Emily; eran un lugar de encuentro espiritual. Allí podía experimentar una conexión profunda con algo que trasciende lo cotidiano. El viento y los arbustos de brezo se convertían en su música, un acompañamiento constante que nutría su imaginación. Esta conexión es evidente tanto en Cumbres borrascosas como en su poesía, donde el paisaje no solo influye en los personajes, sino que se convierte en un reflejo de sus emociones más intensas. El aislamiento, la tormenta, la pasión, la crueldad: todo parece entrelazarse con el mundo natural que ella conocía tan bien.

Hay algo profundamente inspirador en la idea de encontrar en la naturaleza no solo belleza, sino consuelo y fuerza. Emily, en su aislamiento, parecía comprender algo que hoy en día muchas de nosotras estamos redescubriendo: que la naturaleza es una fuente inagotable de paz, refugio y creatividad. En una sociedad que valora la productividad y la conexión constante, el ejemplo de Emily nos invita a desconectar, a pasear sin rumbo fijo, a escuchar el viento y a dejarnos envolver por los sonidos naturales.

Su relación con la naturaleza no era simplemente romántica o idealizada. Emily también comprendía su dureza, su brutalidad, algo que queda reflejado en la ferocidad de las relaciones humanas que describe en su novela. Los páramos no son un refugio idílico; son un espacio salvaje y a menudo desolador. Sin embargo, para Emily, este entorno era profundamente liberador. Cada caminata, cada momento en los páramos, era una afirmación de su independencia y de su capacidad para crear un mundo propio, tanto en su vida como en su obra.

Tras su fallecimiento, Charlotte confesó que todo en los páramos le recordaba a Emily: "No hay ni un solo montículo de brezo, ni una rama de helecho, ni una hoja fresca de arándano, ni un aleteo de una alondra o un gorrión que no me recuerde a ella."

Incluso después de su muerte, Emily seguía viva en el paisaje que tanto había amado. Es una imagen preciosa y conmovedora, pensar que una persona puede estar tan profundamente conectada con un lugar que su espíritu parece habitarlo incluso después de haber partido. Pareció predecir su propio destino al hacer vagar el fantasma de Catherine Earnshaw por Cumbres Borrascosas.

Hay quien cree que Emily pudo haber tenido rasgos asociados con el espectro autista, algo que se explora en ciertas biografías y documentales. Su fascinación por los detalles, su amor por la soledad y su inquebrantable conexión con el mundo natural pueden verse bajo esta luz, pero independientemente de cómo lo interpretemos, su sensibilidad hacia la naturaleza y la libertad fue su legado más duradero.

En el siglo XXI, cuando el contacto con la naturaleza se ha reducido para muchas personas a breves visitas al campo o paseos por el parque, la vida y obra de Emily Brontë nos recuerdan la importancia de recuperar esa conexión. No hace falta vivir en los páramos de Yorkshire para encontrar inspiración en la naturaleza. Un jardín, una montaña cercana, el cielo abierto o el susurro de los árboles en un parqie pueden ofrecernos esa misma sensación de libertad y consuelo que Emily encontraba en los brezales.

Me gustaría tomar su ejemplo como inspiración. ¿Qué pasaría si nos tomáramos el tiempo de caminar sin rumbo fijo, dejando que el viento y el paisaje guíen nuestros pensamientos? ¿Qué historias surgirían si permitiéramos que los sonidos y las texturas del mundo natural influyeran en nuestra creatividad? 

Al igual que los páramos que tanto amaba, la figura de Emily sigue resistiendo el paso del tiempo, salvaje y libre, recordándonos que, en la naturaleza, podemos descubrir no solo inspiración, sino también una parte esencial de nosotras mismas. Puede que no todas tengamos unos páramos como los de Haworth cerca, pero el espíritu de Emily vive en cada rincón de la naturaleza que nos llama a escuchar y a conectar.

Comentarios