Enfermedad, resistencia y el mito de la productividad
¡Hola, hermanas del Círculo!
Desde mediados de diciembre hasta mediados de enero, he estado enferma. Una vez más, esta experiencia me ha recordado algo fundamental, pero que muchas veces paso por alto: mi salud debe ser mi prioridad absoluta. Sin salud, todo lo demás se desmorona como un castillo de naipes. Y, si para mí es importante conectar con los ritmos de la naturaleza, aún más lo es conectar y escuchar lo que mi propio cuerpo me está diciendo (spoiler: normalmente me pide que pare, y no, no me pide ser más productiva).
Pero la salud no es solo una cuestión individual, sino también colectiva. Nuestro bienestar está profundamente vinculado al contexto social y laboral en el que vivimos. Si el capitalismo nos enferma, no basta con descansar; necesitamos cambiar las reglas del juego juntas. Nos han hecho creer que nuestra salud es únicamente nuestra responsabilidad, pero lo cierto es que vivimos en un sistema que exprime nuestros cuerpos y mentes para maximizar beneficios.
El terror existencial a que nos den la baja y las obligaciones domésticas y de cuidados que recaen sobre todo en nosotras, las mujeres, nos hacen destrozarnos. Nos obligamos a seguir trabajando incluso cuando nuestro cuerpo está más cerca del colapso que de la funcionalidad. En serio, ¿qué tipo de broma macabra es esa? El capitalismo nos explota, pero lo más perverso es que nos ha entrenado para que nos explotemos a nosotras mismas. Nos han vendido la idea de que no producir es un pecado capital, que cuidarse es para débiles y que parar es la antesala del fracaso absoluto.
Durante estas semanas de enfermedad, he estado pensando sobre lo que podemos hacer no solo para cuidar de nosotras mismas, sino también para apoyarnos entre todas. Porque si algo he aprendido es que, frente a un sistema que pretende aislarnos, la respuesta debe ser la colectividad. Aquí os comparto algunas cosas que me han ayudado a sobrellevar la enfermedad, pero también os invito a que compartamos estrategias colectivas para cuidarnos mejor como comunidad.
Lo que me ayuda cuando estoy enferma¿Quién necesita productividad cuando lo único que realmente necesita el cuerpo es apagarse y desconectar? El cuerpo tiene límites, y no respetarlos es comprar el discurso del sistema que nos quiere productivas 24/7. Descansar es fundamental. Y cuando estamos enfermas, debemos darnos permiso para entregarnos al sueño, como si fuéramos las protagonistas de un drama victoriano. Si tenemos sueño, nos dejamos llevar, aunque sean las dos de la tarde.
Pero, ¿y si no podemos permitirnos parar? ¿Y si las responsabilidades nos asfixian? Aquí es donde entra el apoyo mutuo. Si vivimos en comunidad, podemos encontrar formas de relevarnos unas a otras: acompañarnos en las penas, redistribuir tareas domésticas, recordarnos que no estamos solas...
La hidratación no es negociable. Agua, infusiones, tés, caldos bien calientes… todo suma para reconfortar el cuerpo. No hay nada como un té con miel o una sopa casera que parece hecha por una abuela amorosa, aunque en realidad haya salido de un brick. Pero si queremos algo rápido, económico y sin desperdicio, podemos probar esto: guardar en el congelador todas las peladuras y restos de verduras que usemos al cocinar—la parte verde del puerro, la piel de las zanahorias y cebollas… Añadir cortezas de queso y la piel del bacon o la panceta que solemos descartar. Luego, solo hay que ponerlo a cocer un rato y, en un abrir y cerrar de ojos, tendremos un caldo delicioso y lleno de sabor. Y si alguien a nuestro alrededor está enfermo, tal vez podamos llevarle unos tuppers a casa.
Sostener entre las manos un cuenco caliente es como recibir un pequeño abrazo del universo. Porque, al final, la sopa no es solo comida: es el amor en un bol.
Si tengo fuerzas para leer, busco libros que me hagan sentir como si me envolvieran en una manta buena. Nada de temas densos o que me puedan desanimar; más bien, historias cálidas, personajes adorables y finales felices. A veces necesitamos desconectar con historias que nos arranquen una sonrisa. En esas condiciones, mi cerebro no está para grandes hazañas, pero sí para pequeños placeres.
Tal vez sea un buen momento para construir redes de intercambio de libros que nos hagan sentir bien. Y si no tienes acceso fácil a nuevas lecturas, recuerda que las bibliotecas públicas son un tesoro: no solo están bien nutridas, sino que muchas te permiten acceder a libros online sin salir de casa.
4. Ver películas optimistasCuando estoy enferma, tengo la capacidad emocional de una hoja de papel mojado. Por eso, las películas alegres, tontorronas o feel good son mi salvavidas. No hay espacio para tragedias griegas ni cine experimental. Dame finales felices, canciones pegajosas o personajes que encuentran el amor verdadero en dos horas o menos. Por favor y gracias.
Aunque suene contradictorio, encerrarme en casa durante días me hace sentir aún más enferma. Así que al menos una vez al día abro la ventana o salgo al balcón a respirar aire fresco, aunque sea para comprobar que el mundo sigue girando. No es que me cure mágicamente, pero ayuda a no sentirme como una planta olvidada en un rincón.
Mis duchas habituales son un sprint cronometrado, pero cuando estoy enferma, me doy permiso para alargar el momento. Una ducha caliente es como un ritual de purificación; no solo te limpia, sino que también te reconforta. Me tomo mi tiempo, cierro los ojos y finjo que estoy en un spa de lujo en lugar de en mi cuarto de baño de juntas amarillentas.
Cuando estoy enferma, intento comer un poco mejor. No siempre tengo energía para cocinar, pero intento apostar por sopas, verduras, frutas y platos ligeros que no me hagan sentir como si tuviera un ladrillo en el estómago. No es el momento de devorar comida basura; es el momento de tratar al cuerpo como si fuera un templo. Un templo cansado, con mocos y tos y dolor, pero un templo al fin y al cabo.
Pero, ¿qué pasa con quienes no tienen acceso a una buena alimentación o tiempo para preparar comida saludable? Si nos cuidamos, también podemos pensar cómo garantizar que nadie quede fuera de esta posibilidad; reivindiquemos que el acceso a una alimentación saludable sea un derecho colectivo, no un privilegio individual.
Una invitación a cuidarnosSi algo he aprendido de estar enferma es que nuestro cuerpo nos grita lo que necesita, pero estamos tan condicionadas por el ruido externo que a veces no lo escuchamos. También he sido consciente de que necesitamos repensar el autocuidado como algo profundamente colectivo. Es importante escuchar nuestro cuerpo, pero también organizarnos para exigir condiciones que nos permitan hacerlo sin miedo ni culpa y sin perder nuestro derecho a vivir dignamente.
Así que, hermanas, cuando os sintáis mal, mandad todo a tomar por culo y poneos a descansar. Pero también pensemos en cómo sostenernos unas a otras, en cómo organizarnos para que el derecho al descanso y al bienestar no sea un lujo, sino una garantía.
Porque solo desde un cuerpo y una mente saludables y en forma podemos organizarnos.
¡Cuidaos mucho, hermanas!
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