Ni frágiles, ni indefensas: la musculación como herramienta de autodefensa feminista

¡Hola, hermanas del Círculo!

Casi todo el mundo sabe que moverse es importante para la salud. Hacer ejercicio mejora nuestra calidad de vida, previene enfermedades y nos ayuda a sentirnos mejor. Yo empecé a hacer ejercicio hace muchos años, pero de forma muy tímida y con cero disciplina. Fue en 2020 cuando decidí tomármelo más en serio. En los últimos años, cada vez más estudios refuerzan la idea de que el ejercicio de fuerza es fundamental para la salud de las mujeres, especialmente en la perimenopausia y la menopausia, ya que ayuda a prevenir la osteoporosis y otros problemas derivados de la pérdida de masa muscular. Pero, más allá de la salud, creo que es fundamental que las mujeres nos hagamos más fuertes también como herramienta de autodefensa feminista.

Socialización de género y fuerza física

La diferencia en la percepción de la musculación de hombres y mujeres tiene raíces profundas en la socialización de género. Desde la infancia, los niños y las niñas reciben mensajes distintos sobre qué significa ser fuerte. A los niños se les anima a correr riesgos, a usar su cuerpo con agresividad y a desarrollar su fuerza. Se les inscribe en deportes de contacto, se les empuja a competir, y se celebra su capacidad física como una extensión de su masculinidad. En cambio, a las niñas se les educa en la fragilidad. Se espera de ellas que sean delicadas, cuidadosas, que no rompan o manchen la ropa, y que eviten el peligro.

Este condicionamiento influye directamente en la relación de las mujeres con el ejercicio. Mientras que a los hombres se les impulsa a la musculación como símbolo de poder y dominación, a las mujeres se les ha desincentivado a desarrollar su fuerza física. Se les dice que no deben levantar pesas porque podrían verse "demasiado musculosas", "poco femeninas" o "machorras". El mensaje implícito es claro: la fuerza es para los hombres, la debilidad para las mujeres.

Musculación, dominación y violencia simbólica

No es casualidad que en nuestra cultura los hombres musculosos sean vistos como figuras de autoridad y poder. La musculación en los hombres se ha asociado tradicionalmente con la capacidad de proteger en nuestra sociedad patriarcal; pero también con la de intimidar y ejercer control, especialmente hacia las mujeres. En muchos casos, el desarrollo muscular de los hombres refuerza una idea de superioridad física sobre las mujeres, alimentando las desigualdades de poder en el espacio público y privado.

La intimidación física, consciente o inconsciente, forma parte de la experiencia cotidiana de muchas mujeres. Las mujeres han sido socializadas para sentirse débiles y vulnerables ante los hombres, lo que facilita la perpetuación de la violencia machista y del miedo. La musculación masculina, en muchos casos, no es sólo una búsqueda de salud o estética, sino un refuerzo de un rol de dominación, especialmente sobre las mujeres.

La musculación como herramienta de resistencia y ataque

Por eso, el ejercicio de fuerza en las mujeres también es una declaración política. Ganar fuerza es ganar autonomía, es desafiar la idea de que las mujeres debemos ser frágiles, dependientes o incapaces de defendernos. La musculación entre las mujeres rompe con la imagen de la mujer débil y pasiva, y la sustituye por una mujer con capacidad de acción y resistencia. Pero no se trata solo de resistir o defenderse: a veces, es necesario atacar.

Tener un cuerpo fuerte no solo permite a las mujeres defenderse de la violencia machista, sino también responder y actuar en determinadas situaciones. La autodefensa feminista es mucho más que bloquear golpes o evitar agresiones; también es saber que es posible contraatacar si es posible o recomendable, y las mujeres tienen derecho a desarrollar estas habilidades sin culpa ni miedo.

Más allá de lo físico, el entrenamiento de fuerza puede transformar nuestra percepción de nosotras mismas. Un cuerpo fuerte cambia la manera en la que nos movemos por el mundo. Aumenta la confianza en nuestras capacidades y nos permite enfrentarnos a situaciones con mayor seguridad. No se trata solo de poder levantar peso en el gimnasio, sino de saber que somos capaces de sostenernos a nosotras mismas, de reaccionar ante una amenaza, de no sentirnos indefensas.

La musculación no nos convierte en invulnerables, pero nos da herramientas para enfrentar el miedo y la inseguridad con mayor confianza (confiar en las posibilidades de tu cuerpo físico es una sensación de empoderamiento maravillosa). Nos permite ocupar el espacio público con otra actitud, con una postura corporal diferente, con una seguridad que se nota. El cuerpo fuerte es un cuerpo que se defiende mejor, que no se encoge, que no se retrae ante la amenaza. Y, cuando es necesario, es un cuerpo que también puede atacar.

Además, el entrenamiento de fuerza enseña constancia y superación personal, cualidades que pueden trasladarse a otros ámbitos de la vida, y que nos pueden ayudar a conseguir otras metas que nos hayamos propuesto. Cuando las mujeres descubren lo que sus cuerpos pueden hacer, muchas veces empiezan a desafiar otras limitaciones impuestas por la sociedad.

Conclusión

Hacer ejercicio de fuerza no es solo una cuestión de salud, sino también de resistencia y de empoderamiento. Durante demasiado tiempo, a las mujeres se nos ha dicho que debemos ser pequeñas, delicadas, discretas. Pero podemos ser fuertes, ocupar espacio y reclamar nuestro derecho a movernos con seguridad en el mundo. Y si es necesario, podemos devolver el golpe.

Así que aquí estoy, años después, levantando pesas y ganando fuerza. No solo por mi salud, sino porque creo en un mundo donde las mujeres no tengan que sentirse frágiles o indefensas. Porque tener un cuerpo fuerte es también una forma de resistencia feminista y, cuando la situación lo requiere, una forma de lucha activa. Y lo mejor de todo, es que estoy disfrutando como una enana.


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