El maltratador que todos adoran: La violencia detrás de la máscara
Hola, hermanas del Círculo.
Hay relatos que se nos atragantan porque no encajan con lo que el mundo quiere escuchar. Historias que, aunque suceden frente a nuestros propios ojos, nos cuesta entender incluso a nosotras mismas. Y, sin embargo, esas historias existen. Se repiten. Se callan. Y hacen daño. Hoy quiero poner palabras a una de ellas: la de la violencia machista psicológica que se esconde tras una máscara impecable.
Porque existe y es urgente nombrarla.
Este texto nace de la experiencia personal, pero también de muchas voces silenciadas que se parecen demasiado. Habla de una forma de violencia invisible, difícil de identificar y más aún de contar: la violencia psicológica encubierta en relaciones donde, desde fuera, todo parece que está bien. Lo escribo por mí. Y también por ti, si esto te suena, si esto te resuena, si esto te remueve.
Hay agresores que no gritan en público. Que jamás levantan
la voz delante de otras personas. Que son reconocidos en su comunidad como feministas, veganos defensores de los derechos humanos y del
planeta. Que forman parte de la comisión organizadora de las fiestas locales, son activistas por los derechos de los animales y acuden a las
manifestaciones del 25N. Y que, al
cerrar la puerta de casa, despliegan una violencia sutil, cruel y constante que
deja marcas invisibles.
Porque la violencia no siempre grita. A veces manipula, aísla,
humilla, desestabiliza y hace luz de gas. A veces se mete en tu cuarto a medianoche, se
niega a irse, impide que duermas, o exige que estés, o impone toque de queda, o pone música a todo volumen
durante horas, o te obliga a justificar tus movimientos. No golpea, pero
te hace sentir indefensa, culpable, mala persona, loca.
Lo más peligroso es que, cuando está bien disfrazada, cuesta
identificarla. Y a veces quienes la viven tardan años en reconocer que lo que
han sufrido es una forma de violencia machista.
Y, mientras tanto, él sigue siendo “el bueno”.
Una de las trampas más dolorosas de esta forma de violencia es la dualidad entre lo que se ve y lo que se vive. El agresor construye una imagen pública que le protege y que funciona como escudo. Ante el mundo, es intachable: habla bien, argumenta mejor, parece reflexivo, tranquilo, dueño de sí mismo. En resumen: “nadie diría que….". Pero en privado, es otra persona.
Ese doble discurso no solo es posible, sino que es
tristemente común en casos de violencia psicológica. Y no es casual, es parte
del mecanismo de la violencia. Sabe que su prestigio le protegerá.
Algunas de las razones que explican esta dualidad son que
los maltratadores:
- Necesitan reconocimiento externo. Les alimenta ser admirados.
- Saben que su conducta no es socialmente aceptable. Por eso la ocultan.
- Quieren controlar el relato. Si tú cuentas algo, ¿quién va a creerte? “¿Él? ¿El que lucha por los derechos de todas? Imposible.”
- Invalidan tu palabra. Tu dolor no encaja con la imagen que proyectan, así que parece exagerado, inventado, fruto de tu confusión.
La trampa del autoengaño
Una parte especialmente dura de este tipo de violencia es
que no solo engaña a los demás, sino también a ti. A veces pasas años sin saber
cómo nombrarlo. Porque no hay gritos constantes, no hay golpes, crees que tú
también tienes parte de (o toda) la culpa. A veces es amable, brillante, divertido. Parece
razonable y parece que tiene mucha parte de razón.
Y te repites: “No será para tanto”, “Tampoco me hace nada
grave”, “Estoy exagerando”, “Yo también le he herido a él”... Hasta que un día
ya no puedes más.
Nombrar lo que pasa —violencia, abuso, maltrato psicológico—
es el primer paso para dejar de justificarlo.
Algunas señales que pueden indicar que estás viviendo (o has
vivido) violencia psicológica encubierta:
- Conductas sutiles que te aíslan: críticas constantes a tus amistades, familia o redes de apoyo.
- Microcoacciones: quién puedes ver, a dónde puedes ir, qué puedes decir. A veces es muy sutil, como decirte que cierta ropa que llevas no le gusta o no te sienta bien. No lo dudes, está tratando de imponer su opinión sobre tu aspecto, qué debes o no debes ponerte.
- Invasión del espacio personal: te impide descansar, interrumpe tus rutinas, aparece en el trabajo, trata de imponer horarios o hábitos.
- Manipulación emocional: culpabilización, amenaza, chantaje, victimismo, ridiculización de tus emociones, el silencio como castigo.
- Luz de gas (gaslighting): niega lo que has vivido, te hace dudar de tu percepción.
- Doble cara: en público, encantador. En privado, impredecible, frío, hiriente, verbalmente agresivo o intimidante.
- Intimidación sin contacto físico: te acorrala, te grita al oído, te impide moverte o salir de una habitación bloqueando con su cuerpo.
- Cambios de actitud inesperados, extremos y contradictorios: un día exige que no le hables más y al siguiente te reclama atención inmediata. Esta montaña rusa emocional te descoloca, te hace dudar de ti y mina tu estabilidad mental.
El relato es mío
Escribir sobre esto es un acto de reparación. Porque me callé por miedo a las consecuencias, por no querer creer lo que estaba pasando, por pensar que yo era demasiado sensible y estaba exagerando, que no era para tanto, que en realidad es que me gusta victimizarme.
Escribo porque ahora yo elijo contar esta historia con mis palabras, con mi voz y con mi verdad. No menciono su nombre. No necesito hacerlo. Esta historia es mía. Si alguien se reconoce en ella, que se pregunte por qué.
Lo hago por mí, para entender, para ordenar, para sanar.
Pero también por quienes puedan estar viviendo algo parecido y aún no tengan
nombre para ello.
No estás sola. No estás exagerando. No te lo estás
inventando. Y no es culpa tuya.
Reconocer lo vivido es abrir la puerta a otra vida posible. Una con luz, con calma, con respeto. Una en la que no necesitas justificarte, ni callarte, ni esconderte, ni sentirte sola. Una en la que tienes derecho a tu historia, aunque no todo el mundo quiera escucharla.
Yo elijo escribir porque la verdad es mía.
¿Te ha resonado este texto?
Tal vez estés atravesando algo parecido, o lo hayas vivido en el pasado sin saber cómo nombrarlo. Igual puedes ponerle nombre ahora. Búscate. Cuídate. Y recuérdate como un mantra que no estábamos locas, que no lo imaginamos, y que sobre todo, no estamos solas.
Nota: Este texto narra una experiencia personal. No se incluyen nombres ni datos identificativos, y se ampara en el derecho a la libertad de expresión y a relatar vivencias propias.
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