La soledad elegida: cómo disfrutar de tu propia compañía
¡Hola, hermanas del Círculo!
Pasar un día sola en la playa puede parecer, a primera vista, un plan simple. Tal vez incluso anodino. Pero detrás de esa imagen tan cotidiana se esconde un acto profundamente transformador: estar sola y estar bien con ello.
Para muchas mujeres, pasar tiempo a solas sigue siendo un tabú. Vivimos en una sociedad que nos ha enseñado a definirnos a través de los vínculos con otras personas, especialmente con las parejas (hombres) o la familia. Estar sola, durante mucho tiempo, se ha leído como sinónimo de fracaso o abandono. Pero cada vez somos más quienes reivindicamos el poder de estar a solas con nosotras mismas. Y no sólo para descansar o desconectar, sino para reconectarnos con lo que somos, con lo que sentimos y con lo que deseamos.
Una de las formas más placenteras y sencillas de empezar a cultivar este vínculo con nuestra soledad puede ser pasando un día sola en la playa. Y no hablo de vacaciones de lujo ni de experiencias "transformadoras" que cuesten un riñón. Hablo de llevar una mochila, tu libro favorito, algo de comida y dejarte llevar por el sonido del mar, el vaivén de las olas y ese espacio inmenso de libertad que te regala la costa. Eso si el tiempo acompaña, claro, porque en Bizkaia el verano parece haber terminado hace ya días. Pero ese es otro tema...
Hoy quiero hablar de la soledad como espacio político, especialmente cuando se trata de mujeres: cómo nos educan para temerla, para evitarla, para rellenarla a toda costa... y lo importante que es desaprender eso y construir una relación sana con nosotras mismas.
¿Por qué deberías pasar un día sola en la playa?
Porque te lo debes. Porque no necesitas permiso para estar bien contigo. Porque la soledad no es un castigo: es un lugar propio. Sin interferencias, sin tener que rendir cuentas a nadie. Vivimos en un mundo que no para, que exige productividad constante, conexión permanente y respuestas inmediatas. En ese contexto, tomarte unas horas para no hacer nada más que estar contigo es casi un acto revolucionario. Y no es estrictamente necesario tener una crisis existencial para hacerlo.
¿Y si no puedes ir a la playa?
Puede que no vivas cerca del mar, o que no tengas fácil escaparte a una playa. Y está bien, no pasa nada. No necesitas este escenario para conectar contigo misma. Este texto habla de un día en la playa porque es mi experiencia personal, pero lo que verdaderamente importa no es el lugar, sino la actitud con la que te regalas ese tiempo a solas.
Lo importante es encontrar tu espacio. Ese sitio donde puedes respirar hondo. Donde no te debes a nadie. Donde puedes escucharte. Puede ser un parque, una ruta de senderismo, una cafetería en el que te sientas cómoda, una biblioteca silenciosa, tu salón con la música adecuada, un baño de espuma con la puerta cerrada, el campo, un bosque cercano, la azotea de tu edificio, el río, la piscina... El espacio es lo de menos. Lo importante es crear un ritual para estar contigo.
Lo que propongo aquí es una invitación a la soledad consciente y elegida, allá donde estés. Porque la soledad no depende del paisaje, sino del permiso que te das para estar contigo.Aprender a estar sola: una lección de vida
Durante muchos años, yo también huí de la soledad. Me daba miedo. Me hacía sentir pequeña, desubicada, abandonada. Y ese miedo me llevó a compartir mi vida con personas terribles que eran una presencia constante y negativa. Permanecí en vínculos por miedo a quedarme sola, no porque estuviera bien.
Ahora, con el tiempo y la experiencia, lo veo claro: quedarse al lado de alguien, sea pareja, sea familia, sean amistades, por miedo a la soledad es mucho más destructivo que caminar sola. Ahora veo mi actitud del pasado como una absoluta pérdida de tiempo. Y sobre todo de energía vital. Porque cuando aprendes a estar bien contigo, ya no te conformas con menos.
Con los años he aprendido algo que me habría encantado saber antes: que la soledad puede ser maravillosa. Que no hay nada más placentero que estar bien contigo misma. Que elegir estar sola de vez en cuando (o el tiempo que cada cual quiera) no es una derrota, sino un gesto de fortaleza y de amor propio. Y ahora la necesito. La busco. La defiendo.
La soledad como espacio político
Se nos enseña desde niñas a complacer, a cuidar, a estar disponibles para el resto. A construir nuestra identidad en función de los demás. A no quedarnos solas. A tener pareja siempre. A creer que si estamos solas, es porque algo va mal.
Nos han hecho creer que nuestra valía está en nuestra capacidad de dar, de sostener, de cuidar. Que debemos estar siempre disponibles, siempre acompañadas, siempre pendientes del bienestar ajeno. Pero nadie nos enseñó a cuidarnos a nosotras mismas. A elegirnos. A pasar tiempo con nosotras sin necesidad de validación externa.
Ir sola al cine, sentarte sola en un banco, ir a comer sola a un restaurante, ir sola a un concierto… son cosas que aún hoy pueden despertar vergüenza o comentarios entre algunas personas. Pero hay algo profundamente liberador en hacer todas esas cosas. Porque cuando aprendes a disfrutar de tu propia compañía, ya no necesitas rellenar vacíos con relaciones que no te nutren. Y eso, amigas, es libertad.
Y esto no significa que tengamos que vivir aisladas. Todo lo contrario. La comunidad es fundamental. El apoyo mutuo, las redes de cuidado, las amigas, las vecinas, la tribu, una pareja que con la que haces equipo… todo eso es también importante si quieres. Pero creo que necesitamos un lugar donde recargarnos. Un cuarto propio. Un tiempo propio. Un silencio propio.
En un mundo que premia la hiperconexión y la productividad constante, elegir pasar tiempo a solas es transgresor. Porque implica romper con esa idea de que no somos suficientes por nosotras mismas. Que necesitamos a otra persona para sentirnos completas.
La independencia para las mujeres es una auténtica necesidad. No solo económica, sino también emocional, mental y vital. Ir sola al cine, a una cafetería, de viaje, a una playa. No por renuncia, sino por decisión. Porque no queremos depender de nadie para disfrutar de la vida. Porque sabemos que tener un vínculo afectivo no debería ser sinónimo de perdernos a nosotras mismas.
Conclusión: pasar un día sola en la playa es mucho más que un plan tranquilo
Es un acto de amor propio. Es una forma de reconectar contigo. De romper con la idea de que estar sola es estar incompleta. Es disfrutar de lo que eres sin filtros ni disfraces.
Así que sí, coge tu mochila, tu libro, tu playlist y vete sola a la playa. No tienes que esperar a que alguien te acompañe. No necesitas permiso. Tú sola te bastas. Y mereces ese rato contigo.
📣 ¿Y tú, cuándo fue la última vez que pasaste un día contigo misma?
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