A la espera de que vuelva la luz y nos comamos a los ricos
¡Hola, hermanas del Círculo!
El invierno continúa avanzando lenta y pesadamente y, aunque el tiempo todavía
está de bufandita, hay algo en el aire que parece que huele a nuevo. Es como si la
naturaleza estuviera estirándose después de una buena siesta. En medio de esta
transición, hoy quiero hacer un viajecito entre el pasado y el presente para
descubrir cómo antiguamente (y ahora) seguimos celebrando que la mitad del
invierno ya ha pasado, y que tenemos cierta esperanza en que pronto llegue la
primavera.
Antiguamente, el pueblo celta celebraba una festividad llamada
Imbolc, que marcaba la mitad del invierno. Se celebraba alrededor del 1 de
febrero, justo cuando empezamos a notar que los días se alargan un poquito más (pero
aún sin volvernos locas). Parece ser que, en irlandés, Imbolc significa
"en el vientre", una referencia a la fertilidad y al renacer de la
vida. La reina de la fiesta, en este caso, era la diosa celta Brigid, patrona
de la poesía, la curación y la artesanía.
Esta celebración a mitad del invierno tenía lugar porque la
naturaleza a estas alturas ya empieza a dar ciertas señales de vida: el campo,
aunque timidillo, promete empezar a brotar enseguida, ya se ven las primeras
florecitas, y las ovejas comienzan a producir leche para alimentar a los
corderitos. Vamos, que es el momento de empezar a salir del letargo invernal y
encender velas para darle la bienvenida a la luz que pronto llegará. Literal y
metafóricamente.
Aquí en Euskadi, la tradición celta encuentra un eco en
Agate deuna, la festividad de Santa Águeda, que se celebra el 4 de febrero.
Aunque, a simple vista, parece que estamos hablando de cosas diferentes (una
diosa celta versus una mártir cristiana), la esencia de ambas fiestas tiene mucho
en común. Y, muy probablemente, como tanto les ha gustado a los cristianos
hacer a lo largo de la historia, Santa Águeda no sea más que un robo una adaptación de
las antiguas fiestas paganas.
En Euskadi, el día de Santa Águeda salimos a cantar.
Literalmente. Los coros se reúnen en las calles y recorren los barrios cantando
canciones tradicionales mientras golpean el suelo con palos al ritmo de la música. El golpeteo de los palos simboliza la conexión con la tierra, un
gesto que parece un guiño directo a las raíces paganas que celebraban los
ciclos de la naturaleza. Pero, sobre todo, golpear el suelo con los palos o makilas
es un toque de atención a la tierra, una petición para que despierte de una vez
de su letargo invernal. Es un simbolismo chulo, ¿no? Si esto no es
sincronizarse con el espíritu de Imbolc, que venga Brigid y lo vea.
Aunque una venga de la tradición celta y la otra del
cristianismo, hay una sintonía sorprendente entre estas dos fiestas: tienen a
la luz como protagonista para ahuyentar la oscuridad del invierno y pedir que
vuelta el sol, se celebran en comunidad, y se pide a la tierra que despierte de
una coño vez.
En definitiva, Imbolc y Agate deuna son celebraciones que giran en torno a estar hasta el moño del invierno y que piden, por dios santo ya, que vuelvan la luz y el sol. Es un nuevo recordatorio de que en la vida hay que parar para observar qué pasa en la naturaleza y adaptar nuestra vida a esos ritmos. Si al inicio del invierno hablaba de lo importante que era parar, ahora que ya hemos pasado la mitad, igual es interesante empezar a estirarnos ya un poquito y prepararnos para la primavera. Aunque a veces es tremendamente difícil, este puede ser el momento de pensar en la esperanza que tanto necesitamos en estos tiempos oscuros.
Como siempre digo, en un mundo donde la aceleración, la productividad y el consumo nos machacan, reconectar con los ritmos de la naturaleza puede ser una forma de resistencia. Aunque no olvidemos que la resistencia real implicaría comerse a los ricos, por ejemplo. Pero para eso, hace falta tener energía y, para tenerla, igual hay que seguir otros ritmos en la vida.
Así que, a primeros de febrero, cuando empieces a notar esa chispilla de luz que promete días mejores, recuerda a nuestras amigas Brigid y Águeda. Y recuerda también las estructuras que apagan esas chispas. No perdamos nunca el foco. Y por el camino, conectemos un poqueto con los ritmos de la tierra.
Si quieres, cuéntame cómo vives esta época del año o si tienes alguna tradición especial en tu zona (¿la Candelaria, tal vez?). Y, si te apetece, puedes compartir esta entrada con quien creas que podría disfrutar de este viaje entre tradiciones. ¡Nos leemos pronto!
Comentarios
Publicar un comentario