Balance literario del año: Las lecturas que me sostuvieron

¡Hola, hermanas del Círculo!

Hay finales de año que no piden fuegos artificiales, sino silencio.

Cuando el calendario empieza a agotarse, ya no suelo mirar atrás para contar logros ni listas interminables de tareas cumplidas. Miro, más bien, cómo me he sentido. Qué me ha acompañado. Qué me ha salvado cuando el cuerpo iba más lento y la cabeza más cansada. Y casi siempre, cuando hago ese ejercicio de memoria, aparecen los libros.

Este año, como es habitual, leer no ha sido una competición ni un reto. Ha sido refugio, compañía, evasión, a veces consuelo y otras pura belleza. Por eso esta no es una lista de “los mejores libros del año” ni una recomendación canónica. Es un balance emocional. Un recorrido por las lecturas que han dejado huella —para bien, para regular y también para aprender a soltar.


El libro más bonito: Magia práctica, de Alice Hoffman 

Hay libros que entran primero por los ojos. Magia práctica es uno de ellos. Su portada en la edición de Umbriel de este año es, sin duda, la más bonita de todas las que han pasado por mis manos este año: evocadora, delicada, con esa promesa de intimidad y brujería cotidiana que tan bien le sienta a la historia.

Más allá del objeto —que también importa—, este libro conecta con algo muy mío: la magia cotidiana, los vínculos entre mujeres, los rituales pequeños que sostienen la vida. Es uno de esos libros que apetece dejar a la vista, tocar, releer por fragmentos. Un recordatorio de que la belleza también puede ser un ancla.

El libro que más me sorprendió (para bien): El nombre de la rosa, de Umberto Eco

Durante años pensé que este libro no era para mí. Lo imaginaba denso, intelectual, inaccesible. Un clásico de esos que se leen por obligación más que por placer. Y me equivoqué.

El nombre de la rosa me sorprendió profundamente. No solo no me resultó pesado, sino que me atrapó con su mezcla de misterio, reflexión, historia y preguntas incómodas sobre el poder, la fe y el conocimiento. Fue una lección humilde: no todos los prejuicios lectores están bien fundados, y a veces llegar tarde a un libro es llegar en el momento justo.


El libro más decepcionante (sin hate): Anhelo de raíces, de May Sarton

Este libro llegaba con expectativas altas. Pensaba encontrarme con una historia encantadora sobre retirarse al campo, reconectar con lo esencial y vivir despacio. Pero lo que encontré fue otra cosa.

Sin rabia, sin ensañamiento, simplemente no conecté con Anhelo de raíces. Me resultó distante, poco cuestionado, atravesado por un privilegio que no se problematiza. No es un mal libro, pero no era el libro que yo necesitaba ni el que esperaba. Y está bien decirlo; a veces la decepción también enseña a afinar lo que buscamos en la lectura.


El libro que me ayudó a ralentizar y escucharme: Lo que quede, de Irantzu Varela

Hay lecturas que no se devoran: se caminan. Lo que quede fue eso para mí. Un libro que me obligó a bajar el ritmo, a leer despacio, a escuchar lo que se removía dentro.

No es una lectura cómoda ni evasiva, pero sí profundamente honesta. Me acompañó en un momento en el que necesitaba parar, pensar y sentir sin anestesia. De esos libros que no solucionan nada, pero ayudan a nombrar y a reconocer.


El libro que por fin salió de mi pila de pendientes: Jóvenes Vengadores 3: La cruzada de los niños

Más de diez años llevaba este cómic esperando su turno. Diez años ocupando espacio físico y mental. Leerlo este año tras terminar Agatha all along fue casi como cerrar una pequeña deuda conmigo misma.

No siempre leer algo pendiente es revelador, pero sí un poquito liberador. A veces no se trata tanto del contenido como del gesto: terminar lo que quedó a medias.


El libro que abandoné sin culpa (normalizando el DNF): Shirley, de Charlotte Brontë

No todos los libros tienen que terminarse. Y este año he vuelto a recordarlo. Soy firme defensora de no perder el tiempo en cosas que no aportan.

Shirley no me enganchó en absoluto. Lo intenté, le di margen, pero no hubo chispa. Excepto Jane Eyre, no he conectado con la obra de Charlotte Brontë, y está bien aceptarlo. Abandonar un libro no es fracasar como lectora: es respetar el tiempo y la energía que tenemos.


El libro que me salvó en un mal momento: Merrick, de Anne Rice

Cuando la realidad pesa demasiado, a veces la única salida posible es la pura evasión. La relectura de Merrick llegó en un momento complicado y fue exactamente lo que necesitaba: un mundo oscuro, fantástico, lleno de vampiros, espíritus y mitología.

No me pidió análisis ni lucidez. Me permitió desaparecer un rato. Y eso, en ciertos momentos, también es supervivencia.


El libro que me hizo sentir acompañada: Las sirenas, de Emily Hart

Leí este libro en verano, de vacaciones, y conecté con él de una forma muy íntima. Las sirenas tiene esa capacidad rara de hacerte sentir parte de un mundo femenino conectado con la naturaleza, de hablarle a algo interno sin levantar demasiado la voz.

Fue una lectura de compañía, de esas que se recuerdan no tanto por la trama como por cómo te hicieron sentir mientras las leías.


El libro que me hizo llorar: La maldición de la sangre de M. L. Wang

Hay libros que duelen. Este fue uno de ellos. La maldición de la sangre me atravesó de lleno y me dejó con esa tristeza espesa que no se fue rápido.

No siempre buscamos llorar leyendo, pero cuando ocurre, suele ser porque el libro ha tocado algo profundo. Y eso, aunque duela, también es valioso.


El libro que me hizo reír cuando más lo necesitaba: Corazón de acero, de T. Kingfisher

El humor puede ser un salvavidas. Corazón de acero me hizo reír en un momento complicado, y eso no es poca cosa.

Conecté muchísimo con su aventura, su ironía, su mirada poco solemne y su capacidad para aligerar sin banalizar. Reír cuando cuesta es maravilloso.


El libro en el que viviría: La tienda de hechizos, de Sarah Beth Durst

Si pudiera mudarme a un libro, sería este. Una isla. Caballitos de mar. Una tienda de mermeladas. Una pastelería que huele a rollitos de canela. Señoras. 

La tienda de hechizos es puro refugio. Un lugar imaginario que apetece habitar cuando el mundo real resulta demasiado ruidoso. Necesito, sinceramente.


Cerrar el año leyendo(se)

Este balance no habla solo de libros, sino de etapas, emociones y necesidades. De lo que fui buscando —consciente o no— en cada lectura. Cerrar el año así, mirando lo leído con cariño, me parece una forma amable de despedirse de un año muy difícil.

Leer no arregla lo que ocurre ahí fuera, ni pretende hacerlo. Pero los libros son mi refugio: un lugar donde descansar la cabeza, esconderse un rato del ruido, del miedo o del cansancio. A veces leemos para entender; otras, simplemente para olvidarnos del mundo durante unas horas. Y en ciertos momentos de la vida, eso no es poco: es exactamente lo que necesitamos.

Gracias por haber leído conmigo este año.
Ojalá el próximo nos encuentre con libros cerca, tiempo lento y alguna historia capaz de hacernos olvidar, aunque sea un rato, el mundo de fuera.

Si te apetece, cuéntame: ¿Qué libro te sostuvo este año cuando todo iba un poco cuesta arriba?

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