Y tú ¿de qué te ríes? El humor como forma de rebelión contra el poder
¡Hola, hermanas del Círculo!
He estado pensado que, durante demasiado tiempo, el humor ha servido para mantener el statu quo. Nos hemos reído de los pobres, de las personas racializadas, de las mujeres, de las personas con discapacidad, de quienes sufren enfermedades mentales. El humor, supuestamente neutral y universal, ha sido utilizado para reforzar jerarquías, perpetuar estereotipos y acallar voces incómodas al poder. Pero hay otra forma de hacer reír. Una que no busca aplastar a quien ya está en el suelo, sino incomodar a quienes llevan siglos en el pedestal. Ese es el humor subversivo, el que golpea hacia arriba. El que no se burla de las oprimidas, sino de las estructuras que las oprimen. El que no calla, sino que se ríe en la cara del poder.
El humor como herramienta de poder
Desde una mirada sociológica, el humor no es neutro. Es una forma de comunicación cargada de intenciones, de ideología y de jerarquías. El gusto por lo que se considera gracioso está profundamente condicionado por la clase social, la educación y el contexto cultural. No todo el mundo se ríe de lo mismo, y no todas las risas significan lo mismo.
Históricamente, el humor dominante ha reforzado el orden establecido. Los chistes misóginos, racistas, capacitistas o clasistas han servido para deshumanizar a grupos enteros, para reducir sus experiencias a caricaturas, para decirles que su dolor es insignificante y su protesta, exagerada. Ese humor “de toda la vida” no es inocente: es ideológico y funcional al poder.
De la burla al poder a la crítica con humor
Frente a ese humor reaccionario, emerge un humor que desafía, que cuestiona, que no se ríe de las víctimas, sino con ellas. Es el humor de abajo a arriba. El que utilizan las personas oprimidas para señalar las contradicciones del sistema, para resistir desde la risa, para encontrar una forma de expresarse sin ser devoradas por la amargura. Es un humor que incomoda porque desarma.
El humor subversivo en realidad no es nuevo. Lo encontramos en las murgas de los carnavales, en la sátira política, en las revistas feministas que caricaturizaban los roles de género desde el siglo XIX, en los monólogos que desmontan los privilegios blancos, heterosexuales o cisgénero.
“Ahora ya no se puede hacer humor de nada”
Una queja habitual cuando se critican ciertos chistes es: “Ahora ya no se puede reír uno de nada”. Pero esta frase no es inocente. Es una forma de reclamar el derecho a seguir riéndose de quien no tiene poder, sin consecuencias. En realidad, no es que no se pueda hacer humor. Es que, por fin, se está cuestionando desde dónde se hace. Ya no vale cualquier cosa. Ya no se aplaude el chiste racista, el de la mujer como objeto, el de la persona trans como chascarrillo.
No es censura, es conciencia. Lo que molesta no es que el humor tenga límites. Los ha tenido siempre: legales, sociales, morales. Lo que molesta es que ahora esos límites los pongan también quienes antes no podían ni hablar. Lo que molesta es que haya más voces, más miradas, más risa crítica.
El poder de reírse en voz alta
Una de las formas más eficaces de desmontar una estructura de poder es mostrarla como ridícula. La risa desarma, rompe la solemnidad, cuestiona la autoridad. Un dictador, un CEO o un político corrupto pueden soportar muchas cosas, pero no soportan que alguien se ría de ellos. Recuerda cuando Margaret Artwood dijo: “Los hombres temen que las mujeres se rían de ellos. Las mujeres temen que los hombres las maten.”
Eso es lo que convierte al humor crítico en un arma poderosísima. No es una forma de evasión, como muchas veces se dice. No es frivolizar. Al contrario: es una manera de enfrentarse al poder sin replicar su violencia. Porque el humor de abajo a arriba no hiere a quien ya está herido. Señala al agresor. Y lo hace con gracia, con inteligencia, con rabia si hace falta, pero también con creatividad.
El humor para reivindicar derechos humanos
Uno de los grandes mitos que pesan sobre los movimientos sociales, especialmente los feministas y antirracistas, es el de la "falta de humor". Se nos dice que siempre estamos enfadadas, que no sabemos encajar una broma, que todo nos ofende. Poco nos enfadamos para todo lo que pasa. En realidad, es una estrategia de silenciamiento muy eficaz: convierte la protesta en exageración, la denuncia en histeria.
Uno de los grandes mitos que pesan sobre los movimientos sociales, especialmente los feministas y antirracistas, es el de la "falta de humor". Se nos dice que siempre estamos enfadadas, que no sabemos encajar una broma, que todo nos ofende. Poco nos enfadamos para todo lo que pasa. En realidad, es una estrategia de silenciamiento muy eficaz: convierte la protesta en exageración, la denuncia en histeria.
Pero quienes critican eso nunca están hablando de humor en general. Se quejan de que nos reímos de ellos. Porque cuando el humor desafía el privilegio, deja de hacer gracia a quienes lo ostentan. Y ahí es cuando se pone en marcha la maquinaria: acusarnos de aguafiestas, de radicales, de censoras. No es que no haya humor en el feminismo o en el antirracismo. Es que no es un humor que los poderosos estén dispuestos a tolerar.
Otro de los reproches habituales es que manifestaciones como el 8M o el Orgullo LGTBI+ son “demasiado festivas”. Que la reivindicación debería ser solemne, silenciosa, casi monacal. Pero ¿quién ha decidido que la lucha no puede ser alegre? ¿Por qué el dolor es la única forma válida de protesta?
La fiesta, el color, el humor, la ironía, la risa colectiva… son profundamente políticos. Son estrategias de supervivencia en contextos que nos niegan el placer, la alegría, la ternura. Bailar en medio del duelo es una forma de resistencia. Reírse en medio del desastre, también. Las manifestaciones no son fiestas vacías: son expresiones vitales de que seguimos aquí, juntas, vivas, y con ganas de cambiarlo todo.
El humor no le resta importancia a lo que se denuncia. Reírse no es minimizar. Es resistir de otra manera. Es decir: sé que esto duele, sé que esto quema, sé que esto mata… pero no te voy a dejar que me lo robes todo. Ni mi risa, ni mi deseo, ni mi capacidad de ver el mundo con otros ojos.
El humor de abajo a arriba no sustituye la crítica, la complementa. A veces es más efectivo que un discurso académico, más directo que una pancarta, más corrosivo que un mensaje en redes. Porque apela a algo profundo: nuestra humanidad compartida. Y porque tiene una capacidad de difusión imbatible. Un buen chiste, una buena viñeta, una buena parodia pueden llegar más lejos que cualquier manifiesto.
Apostar por un humor más justo
No se trata de censurar el humor, sino de repensarlo. De dejar de reírnos del dolor ajeno cuando ese dolor no es fruto del azar, sino de una estructura injusta. De entender que el humor también construye mundo. Que puede ser herramienta de emancipación o de opresión. Y que elegir hacia dónde apuntamos nuestra risa es, también, un posicionamiento político.
No se trata de censurar el humor, sino de repensarlo. De dejar de reírnos del dolor ajeno cuando ese dolor no es fruto del azar, sino de una estructura injusta. De entender que el humor también construye mundo. Que puede ser herramienta de emancipación o de opresión. Y que elegir hacia dónde apuntamos nuestra risa es, también, un posicionamiento político.
Yo quiero reírme. Mucho. Pero no a costa de quienes ya tienen bastante. Quiero un humor que escueza a quienes deberían estar incómodos, no a quienes han aprendido a sobrevivir con cicatrices. Quiero aprender a reírme del machista, del racista, del clasista, del homófobo, de las terf, del fascista. Porque me niego a que nos quiten también la risa.
¿Te sumas a esta forma de humor?
Cuéntame en los comentarios qué artistas, cómicas, ilustradoras o guionistas crees que están haciendo humor de abajo a arriba. Y si esta entrada te ha hecho pensar, reír o indignarte... ¡compártela! Porque la risa, cuando se comparte, también puede ser revolución. ✊😄
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