Agua salada, alma sanada. El mar como refugio emocional (y otras formas de reconectar)

¡Hola, hermanas del Círculo!

Aunque siempre he vivido cerca de la costa, no aprendí a nadar hasta que fui bastante mayor. En mi infancia, ir a la playa era un lujo que no podíamos permitirnos con frecuencia. No era cuestión de distancia: los billetes de tren para toda la familia suponían un gasto difícil de asumir. Así que, durante muchos años, ver el mar era más una postal lejana que una experiencia cotidiana. Y sin embargo, con el paso del tiempo, el agua se ha convertido en una de mis mayores fuentes de bienestar.

Hoy en día, bañarme en el mar es, sin exagerar, una de las cosas que más calma me proporciona. Flotar entre las olas, sentir la caricia fresca del agua en la piel y el sol en la cara, escuchar el sonido constante y envolvente del oleaje... Todo se detiene. No hay preocupaciones. No hay ruido mental. Solo yo, el mar y ese instante de equilibrio perfecto. Es, para mí, la definición de paz. Y con total seguridad, uno de los motivos por los que el verano es mi estación favorita del año.

Agua y bienestar: mucho más que refrescarse

Más allá del disfrute o el ocio, el contacto con el agua tiene un impacto real y profundo en nuestro bienestar físico y emocional. Parece que está demostrado que estar cerca del agua –ya sea el mar, un río, un lago o incluso una piscina– puede reducir los niveles de estrés, mejorar el estado de ánimo y favorecer la relajación.

El agua, en cualquiera de sus formas, nos invita a soltar el ritmo acelerado del día a día. Tiene la capacidad de ralentizarnos. Cuando nos sumergimos, flotamos o simplemente nos dejamos salpicar, algo se desbloquea. Nuestra respiración se vuelve más profunda, nuestros músculos se relajan y nuestra mente encuentra un espacio de pausa.

No es casualidad que muchas técnicas de relajación incorporen el sonido del agua como fondo: desde el fluir de un arroyo hasta las olas del mar. El agua nos envuelve, nos sostiene y, de alguna forma, nos recuerda que todo fluye.

"Al igual que el agua fluye, la vida es movimiento constante". Bruce Lee.

El mar como refugio personal

Para mí, el mar no es solo un lugar al que ir de vacaciones. Es mi refugio. El sitio al que vuelvo cada verano, año tras año, con la necesidad de reencontrarme. Trabajo once meses al año para poder permitirme unos días en los que cada jornada pueda tener un baño en el mar. Espero con ganas durante todo el año este momento

Hay algo en dejarse mecer por las olas que lo cambia todo. Mi cuerpo se siente más ligero, mi mente se aclara y la sensación de estar completamente presente se vuelve casi automática. Es como si el agua tuviera la capacidad de apagar el ruido mental y devolverme al momento presente. No se trata de algo místico, sino de una experiencia sensorial completa que tiene efectos reales sobre mi estado de ánimo.

¿Y si no tienes el mar cerca?

Evidentemente, no todo el mundo vive cerca de la costa o puede escaparse a menudo. Pero eso no significa que no puedas beneficiarte del contacto con el agua. Hay muchas formas de integrar su poder reconfortante y reparador en la vida cotidiana, aunque no vivas junto al mar:

  • Ríos y lagos: Si tienes alguno cerca, son una alternativa maravillosa. El agua dulce suele estar más fría, pero también es muy revitalizante. Caminar por la orilla, mojarse los pies, nadar o simplemente sentarse a escuchar su sonido puede tener un efecto tranquilizador.

  • Piscinas naturales o artificiales: Aunque para mí no tienen el mismo encanto que el mar, las piscinas pueden ser espacios de calma. Flotar en el agua, nadar despacio o incluso practicar aquagym puede convertirse en un momento de desconexión.

  • Baños relajantes en casa: Una ducha larga después de un día intenso, un baño caliente con sales o incluso un baño de pies pueden ayudarte a reducir la tensión acumulada. Si lo acompañas de música suave, luz tenue o aceites esenciales... lujo.

El agua como símbolo de fluidez

El agua cambia de forma, se adapta, busca siempre un camino. Es una metáfora poderosa para pensar en nuestra propia vida. En esos momentos en los que sentimos que todo se atasca, recordar la fluidez del agua me ayuda a encontrar alternativas, a adaptarme a lo que llega y a seguir adelante sin rigidez.

Permitirnos ser más flexibles, más suaves con nosotras mismas, fluir en lugar de resistir... Todo eso también forma parte del autocuidado. Y muchas veces, tener contacto con el agua, en cualquiera de sus formas, nos ayuda a conectar con esa idea.

"Imitar al agua significa fluir: en primer lugar, mantente presente y alerta; luego, flexible y móvil". Be water, my friend. Las enseñanzas de Bruce Lee. Shannon Lee.

Una invitación a parar

Esta entrada no pretende convencer a nadie de que el mar es la única solución para nuestros problemas de estrés, ni vender una imagen idealizada del verano. Pero sí quiere ser una invitación a parar, como hago tan a menudo en este espacio. A encontrar un pequeño refugio, aunque sea por unos minutos. A buscar tu propia forma de disfrutar del agua y permitirte ese rato de pausa.

Quizás tú también tengas una historia personal con el agua. Tal vez estés descubriendo ahora lo mucho que puede ayudarte a estar mejor. O puede que aún no hayas encontrado el modo. Sea como sea, el agua está ahí: como espacio, como metáfora, como experiencia sensorial.

Y aunque no siempre podamos sumergirnos en ella, recordarla –y acercarnos a ella de algún modo– puede ser una forma sencilla y accesible de cuidar de nosotras mismas.


¿Y tú? ¿Tienes alguna experiencia especial con el agua? Cuéntamelo en los comentarios o comparte esta entrada con alguien a quien pueda hacerle bien. Nos leemos pronto.

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