Fútbol masculino: El parque de atracciones del patriarcado

¡Hola, hermanas del Círculo!

Cada mes de agosto por estas fechas se repite el ritual: estadios que se llenan de nuevo, horarios que se adaptan, ciudades que se paralizan. Está a punto de comenzar una nueva temporada de fútbol masculino y, con ella, se reactivan los discursos, las pasiones y los comportamientos que orbitan alrededor de este espectáculo deportivo convertido en símbolo cultural. Pero ¿qué dice realmente el fútbol masculino sobre nuestra sociedad? ¿A qué valores responde? ¿Y qué tipo de masculinidad refuerza?

Desde una mirada sociológica feminista, el fútbol masculino se erige como uno de los espacios simbólicos y materiales más poderosos en la construcción y reproducción de una masculinidad tradicional que tiene profundas raíces en el patriarcado y en el capitalismo. No hablamos solo de deporte. Hablamos de una maquinaria social y económica que moviliza millones, refuerza jerarquías, invisibiliza a mujeres y disidencias, y perpetúa una idea de hombre vinculada con la fuerza, la competencia, la violencia y el dominio.

Violencia, homofobia y misoginia en las gradas y en el campo

Basta mirar lo que ocurre en muchas gradas, y especialmente en algunos desplazamientos masivos de hinchas, para detectar el caldo de cultivo: insultos racistas, comentarios homófobos, cánticos misóginos, agresiones. El comportamiento de los aficionados varones en el fútbol masculino está socialmente tolerado incluso cuando raya o supera el delito. Se normaliza el uso de la ciudad como campo de batalla simbólico (y a veces literal) donde todo está permitido: el alcohol, la intimidación, los comportamientos incívicos, la destrucción del mobiliario urbano o el acoso callejero. Las escenas de borracheras, peleas, suciedad y machismo desatado cada vez que tiene lugar un partido relevante son solo un ejemplo entre cientos.

En el campo, la homofobia sigue siendo uno de los tabúes más profundos del deporte masculino. Prácticamente no existen futbolistas de élite que se declaren abiertamente homosexuales o bisexuales, y cuando ocurre, como en casos recientes, el acoso y las amenazas se multiplican. La masculinidad que reina en el fútbol masculino es hegemónica: no hay espacio para la disidencia, la ternura, la vulnerabilidad o la diversidad.

Capitalismo, explotación y dueños con poder absoluto

Los clubes de fútbol masculino ya no son entidades deportivas, sino corporaciones multimillonarias. Muchos están en manos de fondos de inversión, dictaduras encubiertas o empresarios con historial de corrupción, especulación o apoyo a ideologías ultraderechistas. Lo que se vende como pasión por los colores no es más que un producto global que sigue las lógicas más depredadoras del capitalismo.

La relación entre el fútbol y el trabajo esclavo es también un tema que se olvida con cierta frecuencia. Sin embargo, está presente en la construcción de estadios como los de Qatar para el Mundial, donde miles de personas trabajaron en condiciones de esclavitud. El fútbol masculino de élite se sostiene sobre una estructura de desigualdad brutal que explota a las clases trabajadoras en nombre del espectáculo.

La socialización de los niños y la ausencia de mujeres

Desde la infancia, el fútbol masculino es el campo de entrenamiento para la socialización de género más tradicional. Se empuja a los niños a competir, a destacar, a imponer su fuerza física y a despreciar todo lo que se asocie con lo femenino. Mientras tanto, a las niñas se les sigue negando espacios, visibilidad e igualdad de oportunidades.

Los insultos en los patios siguen siendo los mismos: "corres como una niña", "eres una nenaza", "tú no puedes jugar". El fútbol masculino no solo excluye a mujeres y personas LGTBIQ+, sino que perpetúa un imaginario en el que lo masculino es superior, merecedor del centro y la atención.

El fútbol como espacio blindado: todo se justifica

Una de las cosas más llamativas del fútbol masculino es la permisividad social que genera. Los comportamientos que en otros contextos serían tachados de inaceptables se toleran o incluso se celebran en nombre de la pasión futbolera (y el dinero que genera). Se justifica que se paralicen ciudades, que se destrocen espacios públicos, que se desvíe el tráfico, que cierren colegios y comercios, que se imponga un discurso de masa, viril, muchas veces agresivo.

La frase "es que el fútbol es así" se convierte en coartada. Pero ¿qué significa que "sea así"? ¿Por qué aceptamos que un solo tipo de expresión masculina domine el espacio público y cultural de esta manera?

Fútbol y masculinidad tradicional: una alianza que urge cuestionar

El fútbol masculino es una representación casi perfecta de la masculinidad tradicional: fuerza, competencia, territorialidad, dominio, invulnerabilidad. Es, en muchos sentidos, un parque de atracciones del patriarcado. Un lugar donde los varones pueden desplegar toda una serie de conductas y valores sin cuestionamiento social.

Cuestionar el fútbol masculino no es estar en contra del deporte. Es estar en contra de los valores que refuerza cuando no se regula ni se analiza críticamente. Es denunciar que lo que debería ser un espacio de disfrute, inclusión y juego se convierte en un entorno hostil, machista, racista y homófobo.

Prohibir el fútbol a los hombres o la necesidad de un fútbol diferente

Cada vez es mayor la saturación ante una forma de ocio que lo ha ocupado todo, lo ha colonizado todo. Las terrazas, las conversaciones, las noticias, los presupuestos y los espacios públicos.

El fútbol masculino ha conseguido erigirse como el lenguaje común de millones de personas, pero lo ha hecho al precio de excluir, aplastar y violentar a otras tantas. Y ha reforzado una forma de estar en el mundo que debería preocuparnos profundamente.

Quizás la pregunta que necesitamos hacernos no es si debemos prohibir el fútbol masculino, sino qué tipo de fútbol queremos. Un fútbol que apueste por el juego, por el placer, por la diversidad y por el respeto. Un fútbol donde las mujeres tengan la misma visibilidad, valoración y salario; donde la violencia no tenga cabida, donde la pasión no sea sinónimo de barbarie. Un fútbol donde podamos mirar a las gradas sin miedo ni vergüenza.

Hasta entonces, seguirá siendo urgente mirar de frente lo que representa el fútbol masculino y atreverse a decirlo: tal y como está concebido hoy, es uno de los espacios de socialización patriarcal más potentes y más peligrosos de nuestra cultura.

Si te ha gustado esta entrada, tal vez te interesen estas otras:



Comentarios