En defensa del horario de verano desde la salud y la sostenibilidad de la vida
¡Hola, hermanas del Círculo!
Cada año, cuando llega el cambio de hora, el país se divide entre dos bandos irreconciliables: team horario verano y team horario invierno. Y una vez más, el debate institucional se centra en lo de siempre: la productividad, la eficiencia y el rendimiento. Como si el sentido de la vida fuera ese, rendir más. Claro que sí, guapi.
Pero seamos sinceras: por desgracia, nuestro tiempo —nuestro bien más valioso— se organiza casi exclusivamente en torno a la jornada laboral. No a la luz, ni al descanso, ni al bienestar, ni al planeta. A las horas de entrada y salida del trabajo. Así que quizá la pregunta no sea “¿qué horario es mejor?”, sino “¿por qué seguimos estructurando la vida en función del trabajo?”.
Y como de momento la reducción de la jornada laboral sigue sin estar en el horizonte (aunque legítima y absolutamente indispensable para la sostenibilidad de la vida), toca mojarse: yo defiendo el horario de verano. Y no por romanticismo, ni por masoquismo, sino por razones muy concretas que tienen que ver con el cuerpo, la mente, el medio ambiente y la vida real.
🌅 Más luz cuando vivimos, no cuando trabajamosLa mayoría de nosotras pasamos las mañanas encerradas entre cuatro paredes. Trabajando, estudiando o desplazándonos.
Y sinceramente, que sea de noche mientras trabajo me la suda lo más grande. Ir a trabajar no es vivir. Estar metida en un taller o en una oficina frente a una pantalla, bajo luces artificiales, no es aprovechar el día. Me da exactamente igual si el sol ha salido o no a las ocho de la mañana, porque mi vida no empieza ahí.
Lo importante, lo que de verdad influye en nuestro bienestar, es la luz natural durante el tiempo en que vivimos conscientemente: la tarde y el atardecer, cuando salimos del trabajo, cuando podemos pasear, ver a nuestras amistades, tomar un refresquito, llevar a las criaturas al parque, leer en un banco, hacer deporte al aire libre o simplemente respirar aire fresco.
El horario de verano nos da precisamente eso: más luz donde transcurre la vida real. Nos permite disfrutar del aire, de los árboles, de un atardecer que no llega a las cinco de la tarde. El de invierno, en cambio, nos encierra demasiado pronto, convirtiendo la tarde en una prolongación de la jornada laboral, pero con bata y en el sofá.
☀️ Luz natural: vitamina D, ánimo y ritmo vital
La luz natural regula el ritmo circadiano, mejora el sueño y eleva el ánimo. Aunque pueda parecer que no, el horario de verano también acompasa bien esa realidad: aunque amanezca más tarde, recibimos la luz cuando estamos realmente activas, reforzando la vitalidad y reduciendo la fatiga.
¿Cuesta dormir porque ahí fuera aún es de día? Para eso existen las persianas, las rutinas de desconexión, el abandono de las pantallas cuando corresponde y las infusiones de lavanda. Dormir bien depende sobre todo de nuestra higiene del sueño.
Y lo que también depende del sol es nuestro estado de ánimo: sin luz natural suficiente, el cuerpo se apaga, y la mente también. La luz natural estimula la producción de serotonina, la hormona que regula el estado de ánimo, entre otras funciones, y la falta de ésta puede desencadenar tristeza, fatiga, irritabilidad y dificultad para concentrarse.
🌍 Medio ambiente y sostenibilidadUno de los argumentos menos mencionados es el impacto medioambiental. Aprovechar más horas de luz natural reduce el consumo de electricidad y gas en nuestras casas, especialmente durante las horas en las que estamos despiertas.
Con el horario de verano se encienden menos luces en el hogar, se enciende menos la calefacción porque anochece más tarde y se gasta menos energía, lo cual significa menos emisiones y menos gasto en la factura. Un beneficio para el planeta y para el bolsillo.
🌻 El valor de la vida social y comunitaria
El horario de verano también nos devuelve la calle. Las plazas, los parques y los paseos tienen vida. Las conversaciones se alargan, los encuentros suceden al aire libre, los entornos respiran. Las sociedades con más horas de luz vespertina son, estadísticamente, más activas cultural y socialmente.
Y no es solo cuestión de ocio. Que se haga de noche a las cinco y media (como ocurre en las noches más largas) tiene un efecto claro: la gente sale del trabajo más letárgica, con menos energía. Sales, compras algo para cenar y te vas a casa. No porque quieras descansar, sino porque el cuerpo asocia oscuridad con encierro.
La oscuridad temprana fomenta el aislamiento y desactiva la vida comunitaria. No es descanso, es parálisis.
💡 Luz vespertina y seguridad
La luz también tiene un impacto directo en algo tan básico como la seguridad. Diversos estudios apuntan a que hay entre un 30 y un 50% más de riesgo de sufrir un siniestro de tráfico con víctimas durante las horas de oscuridad. En general, es preferible disponer de más luz durante la tarde, cuando los desplazamientos se hacen en condiciones de más fatiga tras la jornada laboral. Tener luz natural al volver del trabajo no solo mejora el ánimo: reduce accidentes y salva vidas.
Y hablemos también de algo que rara vez se menciona: la inseguridad de las mujeres al hacer deporte o moverse por la calle de noche. Cada vez hay más grupos de mujeres que quedan para correr juntas, no por afición a la sociabilidad sino por puro miedo. La noche temprana, impuesta por el horario de invierno, tiene un impacto real y desproporcionado sobre nuestra libertad de movimiento.
🌡️ Debatir razonablemente
Hay algo que me fascina en estos debates: la falta absoluta de término medio.
Defender el horario de verano no significa que adore estar despierta hasta medianoche ni que disfrute del calor sofocante. Significa que valoro tener luz cuando vivo de verdad, cuando puedo tener un poquito de tiempo libre, no cuando estoy metida entre cuatro paredes delante de un ordenador.
El horario de verano va de reconquistar las tardes, de recuperar ese espacio entre el trabajo y la oscuridad. Va de tener margen para respirar, caminar, ver el cielo, sentir el aire. Y eso, honestamente, para mí vale más que cualquier amanecer que me pille frente a una pantalla.
Por supuesto, hay quienes trabajan de tarde, y sus ritmos son otros. Nunca llueve a gusto de todas, y cada cual tiene sus razones. Pero en términos generales, si hablamos de vida social, de conciliación, de recuperación del espacio público y de bienestar, el horario de verano sale ganando por goleada.
🔥 Un ritmo de vida más humano (y menos productivo)Creo que aquí hay dos problemas de fondo: vivir en contra del ritmo natural del sol y vivir en función de los horarios laborales. Ambas cosas nos enferman. Nos desconectan de nuestros cuerpos, de nuestros ciclos, de la naturaleza y del descanso real. Nos paralizan y nos aletargan, creando personas pasivas.
Y lo mismo ocurre con los horarios culturales: ¿por qué los programas de prime time terminan a medianoche o más tarde? Todo está diseñado para que durmamos mal y produzcamos más.
El argumento de que “mejor que anochezca pronto para irnos a dormir como las gallinas y poder madrugar” es tan viejo como el capitalismo. Esa asociación entre madrugar, rendir más y ser más eficiente es puro dogma neoliberal: la moral del sacrificio, el cuerpo al servicio del rendimiento, la vida al servicio de la productividad.
El horario de invierno sería perfecto si fuéramos máquinas. Favorece al capital, fomenta un ritmo de vida diseñado para maximizar la productividad: madrugar, trabajar, encerrarte en casa, dormir. Pero no para vivir. Al contrario, el horario de verano, favorece a la vida y la actividad. Con el de verano, la luz acompaña nuestro ocio, no nuestra obligación. Nos invita a salir, a movernos, a conectar con el entorno, a organizarnos colectivamente en nuestro tiempo libre. Es un recordatorio de que la vida no ocurre dentro del horario laboral sino, sobre todo, después de él. Y eso, en una sociedad que glorifica la productividad por encima del bienestar, es un acto de resistencia.
Con luz vespertina puedes irte a una terraza y hacerle el agosto a la hostelería llorona, claro que sí, pero también puedes hacer algo mucho más subversivo: no consumir. Pasear, leer en un banco, salir a correr, organizar manifestaciones, tumbarte en el césped si no hace mucho frío, reunirte con el sindicato de inquilinas, colaborar con la asociación del barrio, charlar en un parque, participar en actividades culturales o políticas. Todo eso es gratuito. Sin luz, nuestras posibilidades de ocio no mercantilizado se reducen, y nos empuja otra vez a los espacios cerrados y de pago.
🌙 En conclusión: más luz, más vida
Si lo que queremos es vivir para nosotras —no para trabajar—, el horario de verano es, para mí, la opción que más protege la vida.
Más luz natural cuando realmente estamos despiertas.
Más oportunidades para disfrutar de la naturaleza, de nuestra gente, de nuestra comunidad y de nosotras mismas.
Más ahorro energético en los hogares y menos impacto ambiental.
Y, sobre todo, una manera de recordar que no somos engranajes: somos seres vivos que necesitan luz natural, aire y tiempo propio.
El horario no debe servir a la productividad, sino a la vida.
Y la vida, queridas, se vive de día.
💬 Epílogo
Y ya que estamos, una cosa más. Supongo que habréis notado que, especialmente en las redes sociales, cuando aparecen estos debates hay una tendencia creciente al insulto del equipo contrario. Siempre acaban apareciendo personas —y no pocas— a insultar o a desearte la muerte. Pero lo cierto es que me ha resultado bastante fácil defender una postura sin llamar imbécil a nadie. Se puede hacer, os lo prometo.
Porque el problema no es si el sol se pone a las ocho o a las cinco, sino cómo hemos llegado a un punto en que defender la luz del sol se percibe como una provocación ideológica.
En cualquier caso, si lo pensamos bien, todo este debate sobre el horario de verano o de invierno es una distracción. El problema no es la hora a la que sale o se pone el sol: el problema es que nuestro tiempo sigue organizado en función de la jornada laboral, no de nuestros ritmos vitales.
Si redujésemos la jornada laboral —como debería ocurrir en una sociedad que aspire a vivir mejor y no solo a producir más—, muchos de estos debates desaparecerían por sí solos.
La verdadera libertad no está en elegir entre un horario u otro, sino en recuperar el control sobre nuestro propio tiempo.
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